» Africanos expulsados, unidos hace 20 años

Esta nota fue creada el sábado, 11 abril, 2015 a las 19:38 hrs
Sección: El mundo

Bamako, Mali. – La Asociación Maliense de Expulsados (AME) cumplirá pronto 20 años. Es la primera organización africana, compuesta sólo por africanos, que tiene como objetivo asistir a los malienses que han sido expulsados de países que, por una razón u otra, los consideran irregulares.

El trabajo es difícil y costoso, pero los miembros de esta asociación tienen una característica adicional: en el pasado todos fueron expulsados de las tierras en las que creían que podrían encontrar un futuro mejor, así que saben exactamente lo que necesitan sus hermanos.

La sede de la Asociación Maliense de Expulsados se encuentra en un barrio periférico de las afueras de Bamako, la bulliciosa capital de Mali. La AME ocupa cuatro salas del segundo piso de un maltrecho edificio que está al final de un largo camino de tierra.

Nos recibe en la puerta principal Usman Diarra, un hombre de unos 50 años y casi dos metros de altura que preside la AME desde hace muchos años. La historia de Usman es similar a la de muchos otros miembros de la asociación.

A principios de los años 90 trató de llegar a España, a las Islas Canarias, a bordo de una canoa que zarpó de la costa de Senegal, pero fue interceptado por los guardacostas españoles y repatriado. Después se fue a Angola para trabajar en la industria petrolífera.

Las cosas iban bien hasta que el gobierno de Luanda decidió expulsar a todos los inmigrantes, oficialmente para dar más oportunidades de empleo a sus ciudadanos. Usman no pudo hacer otra cosa que volver a casa.

“Fue así como, el 6 de octubre de 1996, yo y otros amigos que habían vivido la misma experiencia creamos la AME. Nosotros, los migrantes rechazados y expulsados, decidimos tomar las riendas de nuestro destino. La AME es la primera asociación de este tipo en África creada por migrantes que han vuelto involuntariamente.

“Siempre ha habido ONGs ocupándose de estas cuestiones, pero esta es la primera creada por actores afectados por la migración. Salimos adelante gracias a las donaciones de nuestros miembros y a la considerable ayuda de algún inmigrante que puede decir que lo ha conseguido”, dice Usman.

Maliense es el escenario de una feroz guerra civil. En 2012 la región septentrional de Azawad, con capital en Gao, declaró unilateralmente la independencia. Los que llevaron a cabo esta operación fueron los tuaregs, reunidos bajo las siglas MNLA (Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad) y abiertamente sostenidos por AQMI (Al Qaeda del Magreb Islámico).

El ejército oficial y la OTAN intervinieron y todavía están presentes en el norte del país; están borrando eficazmente la presencia yihadista, pero dejan la zona en una condición de gran inestabilidad. Hay negociaciones en marcha entre el norte y el sur, y en Bamako se respira un cierto optimismo sobre la inminente firma de un tratado de paz.

“El desastre de la guerra impide que los migrantes pasen por aquí. Recientemente Argelia ha expulsado a un gran número de africanos subsaharianos. Estos migrantes han tomado nuevas rutas, como una en Níger que lleva a Argelia por Agadez”, comenta.

Además, “Las rutas han sido modificadas, en lugar de pasar por Gao los migrantes hoy pasan por Bamako, Burkina Faso y entran en Níger, donde se pueden conseguir documentos falsos y continuar por Argelia. Paralelamente todavía hay migrantes que están estancados en Gao y Kidal y buscan un pasaje para Argelia, y que parten en pequeños grupos escalonados”, dice Usman, muy preocupado.

Y continúa: “A pesar de que el camino es largo, a pesar de que el viaje es duro, estos migrantes siguen yéndose. Tienen miedo de la guerra, ¿cómo se los puede culpar por eso? Fíjate: el conflicto en Mali, Boko Haram en Nigeria, Al-Shabaab en Kenya… La violencia parece no tener fin”.

Asegura también: “Hasta que África no sea estable, hasta que no haya una verdadera cooperación por el desarrollo, hasta que los países africanos no inicien una política migratoria común, hasta que los líderes africanos no participen en políticas de empleo serias, nuestros jóvenes continuarán yéndose”.

Según las estimaciones de la AME, una media de 50 malienses son expulsados cada mes de los países europeos y de Oriente Medio. Son repatriados en avión, y es en el aeropuerto de Bamako donde los esperan para ayudarlos los voluntarios de la asociación.

“Conocí a Usman y a los otros chicos de la AME cuando fui repatriado de Francia, en 2013. Fue el día más triste de mi vida. No se puede describir con palabras ese sentimiento: una mezcla de fracaso, frustración y humillación”, confiesa el tímido Adama, de 42 años, originario de un pequeño pueblo de la región de Kayes.

Desempleado desde hacía años, en 2007 Adama dejó a su esposa y a su hijo, poco más que recién nacido, para emprender un largo viaje que tenía como destino Europa. Antes estuvo en Senegal, donde trabajó como estibador el tiempo necesario para reunir el dinero y comprar un visado falso -poco más de un centenar de dólares- para ir a Italia.

Una vez en Roma, llevó a cabo varias actividades que apenas le permitían sobrevivir. Como no conseguía mandar dinero a su familia, se fue a Francia, donde estaba su hermano, quien trabajaba como obrero en una cosecha de manzanas.

“En el período 2007-2008 se produjo la crisis en Italia y no había trabajo. Por eso fui a Francia, pero ahí tampoco había trabajo. Me las arreglé una temporada, pero no tenía los documentos en regla, por lo que en 2013 fui detenido por la policía, expulsado de Francia y enviado de vuelta a Mali”, relata.

“Te tienen encadenado de pies y manos desde el centro de identificación hasta que hace más o menos una hora que estás volando. ¿Esto es bueno? No, no es bueno. Volver aquí ha sido peor que la muerte: si el trabajo escaseaba antes de la guerra, imagínate ahora”, dice Adama.

Los voluntarios de la AME, que tienen una amplia red de contactos que les informan de la llegada de los malienses expulsados, esperaban a Adama cuando bajó del avión. Le proporcionaron comida, ropa y alojamiento temporal en la capital. Han pasado dos años desde ese día, y Adama continúa yendo a la sede de la AME porque tiene un objetivo específico: emigrar y ganar dinero, mucho dinero.

Se sintió tan humillado por cómo le fue la primera vez que desde que regresó a su país nunca ha visitado a su familia en su pequeño pueblo.

“No soy tonto, no voy a cruzar el desierto y el Mediterráneo para llegar a Europa. Es una muerte casi segura. Voy a llegar en avión. Y es por este sueño que voy de nuevo a la AME: las personas que trabajan allí te entienden y no te ponen obstáculos si quieres irte otra vez. Te hacen ser consciente de los peligros que tal viaje puede conllevar”, dice convencido.

En resumen, agrega, “te aconsejan sabiamente. Además, te asesoran jurídicamente sobre los documentos necesarios. Un día, cuando lo haya conseguido, y juro por mi hijo que lo voy a conseguir, seré uno de los mayores donantes de la AME. Palabra de Adama”.





           



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