» “Cuando no hay democracia, se mata, se tortura, se extermina”: Rousseff

Esta nota fue creada el viernes, 22 mayo, 2015 a las 14:51 hrs
Sección: El mundo

Brasilia.- “Esa generación que fue a prisión o que se marchó al exilio ganó una noción mucho más clara del valor de la democracia y de lo que significa no tenerla”, dijo la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, en una entrevista realizada en 1998 por Luiz Maklouf Carvalho.

“Cuando no hay democracia se mata, se tortura, se extermina. Por eso nosotros entendimos que la democracia era fundamental”, añadió en ese diálogo reproducido en el sexto capítulo del libro “A vida quer é corajem” de Ricardo Batista Amaral, titulado “Tao logo a noite acabe”.

Al dejar la prisión, un nuevo capítulo inició en su vida, impedida de participar en política, manteniéndose apartada de la militancia por varios años y retomando sus estudios de Economía, ya al lado de Carlos Franklin Paixao de Araújo, su antiguo compañero en la guerrilla urbana.

En 1979 –su hija Paula con tres años de edad-, cuando volvieron los exiliados, se decretó la amnistía y se recuperaron las libertades perdidas durante la dictadura militar, participó en la fundación del Partido Democrático Trabalhista (PDT) liderado por Leonel de Moura Brizola, el exgobernador de Río Grande do Sul, vicepresidente de la Internacional Socialista (IS).

Para la exprisionera política Dilma Rousseff era volver a empezar: concluyó su carrera universitaria, se insertó en medios académicos como profesora e investigadora y regresó a la actividad política, aprovechando la coyuntura que provocó el desgaste de un régimen autoritario que tomó el poder dos décadas atrás.

En 1985, inició su trayectoria en la administración pública en el gobierno de Río Grande do Sul, estado fronterizo con Uruguay, donde ocupó cargos burocráticos de responsabilidad, hasta llegar, a finales de la década de 1990, a la secretaría estatal de Energía.

Desde ese cargo enfrentó la seria crisis energética que afectaba al país y diezmaba la popularidad del entonces presidente Fernando Henrique Cardoso, quien desempeñaba su segundo mandato.

Dilma -quien se mostraba como una hábil negociadora- organizó un programa de obras con la participación del sector privado que permitió elevar en un 46 por ciento la capacidad de atención eléctrica en Rio Grande do Sul.

Cuando Luiz Inácio Lula da Silva ganó las elecciones presidenciales en octubre de 2002, Dilma había adquirido relevancia como funcionaria en el sector eléctrico, sin embargo, estaba lejos de ser una figura pública nacional.

Luego de esos comicios, cuando Lula da Silva venció a José Serra, candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), Dilma Rousseff formó parte del equipo de transición, cuyos integrantes la invitaron a participar junto a un grupo de expertos en el sector.

En una de esas reuniones, Lula da Silva la conoció y quedó impresionado frente a su carácter, capacidad y preparación, encontrando así a quien, a partir del 1 de enero de 2003, armada de una computadora llena de datos y cifras, sería su ministra federal de Energía y Minas.

El presidente sabía que el tema energético era importante y quería evitar a toda costa una crisis como la que había afectado al sociólogo Cardoso, su antecesor en el Palacio de Planalto de Brasilia, pero Dilma supo responder con lealtad, habilidad y conocimientos.

Además de instrumentar un plan que evitó nuevos apagones, se ganó la confianza del mandatario, convirtiéndose en la artífice de un programa de subsidios -costeado en su mayoría por el sector público con participación privada-, que permitió llevar energía eléctrica a más de tres millones de hogares.

A casi la mitad del gobierno, 2005 fue un año crítico para Lula da Silva: un grave escándalo de corrupción conmovió a la opinión pública cuando un sector del Partido de los Trabajadores (PT) montó un sistema de compra de votos de la oposición en el Congreso nacional.

Con el denominado “mensalao”, la popularidad presidencial cayó en picada y, después de resistir por algún tiempo, la principal figura del régimen, el también exguerrillero José Dirceu, tuvo que renunciar a la jefatura de la Casa Civil –equivalente a la dirección del gabinete ministeral-, ser procesado y sentenciado a siete años de cárcel por ese delito.





           



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