Juan Miguel Pantoja Miranda, El Pajarraco, presunto involucrado en la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, fue perseguido por la entonces Procuraduría General de la República (PGR) durante casi 4 años, se le detuvo en 2018, pero un juez ordenó su liberación. Estaba dispuesto a decir todo lo que sabía, pero sólo la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) lo pudo entrevistar, un relato que no tuvo valor judicial pese a que dio detalles de lo que les hicieron a los jóvenes aquella noche y madrugada del 26 y 27 de septiembre de 2014.
Documentos en poder de MILENIO revelan que dos días después de su detención, El Pajarraco dijo a los visitadores de la CNDH que deseaba declarar todo lo que sabía de la desaparición de los normalistas porque quería descargar su conciencia, ya que desde que ocurrieron los hechos no podía dormir bien, tenía pesadillas y no podía vivir tranquilo; deseaba decirles a los padres de los estudiantes que “ya no los busquen porque todos murieron al ser incinerados en el basurero de Cocula”.
Su nombre, Juan Miguel Pantoja Miranda, y sus apodos: Pajarraco, Paja, Wasa, Wasako o Soldado, habían sido mencionados por los presuntos integrantes de Guerreros Unidos que en 2014 admitieron haber secuestrado, trasladado, asesinado, incinerado y desaparecido a los 43 estudiantes.
La PGR solicitó y obtuvo una orden de aprehensión contra el supuesto cómplice de los presuntos asesinos de los estudiantes, pero El Pajarraco logró ocultarse casi 4 años, hasta que el 28 de agosto de 2018 fue detenido por la Policía Federal de Investigación en Piedras Negras, Coahuila, acusado de delincuencia organizada y secuestro.
Pero el 12 de septiembre de 2018, dos semanas después de haber sido detenido, un juez le otorgó la libertad por falta de elementos, al desechar 48 declaraciones en su contra, basándose en resoluciones previas que habían estimado que a los involucrados en el caso se les presentó ante la autoridad de manera forzada, que las detenciones fueron ilegales, que se les retuvo de manera prolongada antes de ser presentados y que supuestamente se habían acreditado actos de coerción, como tortura o maltrato.
Así, lo que Jonathan Osorio, El Jona, Agustín García Reyes, El Chereje y Patricio Reyes Landa, El Pato, entre otros, habían dicho de su supuesto cómplice El Pajarraco, se desestimó por orden judicial y él ya no pudo ser interrogado, ni investigado.
Aunque no lo hizo ante una autoridad ministerial, El Pajarraco sí manifestó lo que sabía. El 30 de agosto de 2018, ya internado en el penal federal 14 de Gómez Palacio, Durango, fue entrevistado por visitadores de la CNDH que formaban parte de la Oficina para el caso Iguala.
“Vente porque están atacando la cuna”
MILENIO obtuvo una copia del acta circunstanciada de la entrevista a través de solicitudes de transparencia. El Pajarraco dijo que participó en la desaparición de los jóvenes, aunque aclaró que él no disparó contra ningún estudiante “porque no usaba arma de fuego”.
Su participación se dio “a partir de lo ocurrido en Metlapa”, Guerrero, cuando según su testimonio trasladaron a los estudiantes hacia el basurero de Cocula.
El Pajarraco contó que su trabajo en Guerreros Unidos era cuidar del pueblo avisando a dos de sus integrantes, por teléfono, cuando entraba gente extraña o autoridades. Dijo que el 26 de septiembre de 2014, aproximadamente a las 22 horas, estaba en su domicilio preparándose para ir a la fiesta de celebración del Grito de Independencia, que en esa fecha se hacía cada año en su pueblo (Apipilulco, Guerrero). Entonces, le llamó uno de los miembros de Guerreros Unidos, quien le dijo: “vente porque están atacando la cuna”. Él le respondió: “voy a mi rondín”, intentando evadir la instrucción. La orden fue más enérgica: “vente a la cuna, si no vienes, vamos por ti y ya sabes lo que te puede pasar”.
Dijo que tomó su motocicleta y aproximadamente a las 22:10 horas llegó a Cocula, al domicilio en el que lo citaron. Ahí ya estaban seis miembros de Guerreros Unidos, con quienes se subió a una camioneta Nissan Estaquitas blanca, propiedad de uno de ellos y se dirigieron a Iguala, pero no llegaron hasta allá, pues a la mitad del pueblo de Metlapa, aproximadamente a las 22:50 horas, se encontraron con la camioneta blanca de tres y media toneladas con redila en la que llevaban a los estudiantes, misma que iba escoltada por dos camionetas de la policía.
A su grupo le pidieron apoyo para vigilar que los estudiantes no se fueran a levantar y escapar. Todos los que iban en la camioneta Nissan Estaquitas se subieron a la caja de la camioneta de tres y media toneladas con los estudiantes, colocándose en las esquinas. El Pajarraco dijo que se colocó en la canastilla de la camioneta. Mientras que sólo uno de los integrantes de Guerreros Unidos se fue manejando la Nissan Estaquitas.
Espalda marcada con aerosol
En la descripción que aportó a la CNDH, dijo que todos los estudiantes iban amontonados uno sobre otro y “gritaban muy feo” que se estaban ahogando y que eran estudiantes. Dijo que nadie los ayudaba y si se movían queriendo levantarse les disparaban.
El Pajarraco escuchó unos ocho disparos en ese trayecto rumbo al basurero de Cocula y que dijo que vio a dos de los miembros de Guerreros Unidos accionar sus armas contra los estudiantes.
Mencionó que mientras avanzaban, uno de los miembros de Guerreros Unidos marcó con pintura negra en aerosol a uno de los estudiantes en la espalda con una X y dijo “a este lo conocemos y lo quiere el jefe”.
De acuerdo con su testimonio, llegaron al basurero de Cocula aproximadamente a la una de la madrugada del 27 de septiembre y ahí ya estaba la Nissan Estaquitas blanca. Esperaron hasta que a la 1:10 o 1:15 horas otro miembro de Guerreros Unidos “llegó con su gente”, aproximadamente 15 personas con armas largas, los cuales, dijo, “se hicieron cargo de los estudiantes”.
“Aún está vivo ese cabrón, bájalo”
El Pajarraco dijo que escuchó que a través de un radio transmisor uno de los presentes recibió la orden de que “les diera piso a todos los estudiantes”. Que aproximadamente a las 2:15 o 2:20 horas se escucharon disparos de armas cortas y largas. No pudo darse cuenta quién inició los disparos en contra de los estudiantes, ni el calibre de las armas utilizadas.
Dijo que una vez que mataron a los estudiantes, uno de los miembros de Guerreros Unidos le ordenó a otro que cortara troncos con una motosierra que llevaba, mientras cuatro arrojaban los cuerpos de los estudiantes desde la parte alta del basurero. Algunos cuerpos se quedaban atorados, por lo que se sentaban y arrastrándose de nalgas llegaban hasta donde estaban atorados para empujarlos con los pies.
Recordó que uno de los miembros de Guerreros Unidos gritó: “aún está vivo ese cabrón, bájalo”, y una vez que el cuerpo del estudiante llegó al fondo del basurero, uno de los miembros de Guerreros Unidos se acercó, levantó una roca grande y la dejó caer sobre la cabeza, “para rematarlo”.
Dijo que cuando bajaron todos los cuerpos de los estudiantes, les ordenaron juntar llantas. Que encontraron muchas, aproximadamente cincuenta o sesenta de diferentes tamaños. De los troncos, dijo que se juntó una cantidad “como un camión de volteo”.
Una ‘cama’ para quemarlos
Relató que aproximadamente a las 3:30 horas cayó una llovizna leve, que duró una hora. Mientras, dijo que el encargado de “cocinar a los estudiantes” le indicó a otros dos que se juntaran rocas grandes y las colocaran separadas entre sí, formando una base, que quedó de 6 metros de ancho por aproximadamente 8 metros de largo, con una altura del piso a la parte superior de la roca de 80 centímetros. Contó que sobre las rocas colocaron las llantas, formando una “cama” o “plancha” y se les roció diésel.
Sobre las llantas se colocaron troncos y ramas, las cuales también fueron rociadas con diésel y encima pusieron dos hileras paralelas de los estudiantes, con la cabeza orientada hacia un costado. Unos 15 cuerpos de los estudiantes “los más gorditos”. Según su testimonio, les abrieron la boca y les introdujeron el cuello de una botella de plástico a manera de embudo para vaciarles diésel y así “rellenarlos de combustible”; después los rociaron con el mismo combustible.
Dijo que sobre esos cuerpos colocaron otra cama de troncos y ramas, la rociaron con diésel y encima pusieron otras dos hileras de estudiantes en forma transversal, unos diez o trece cuerpos, igual con la cabeza orientada hacia un mismo extremo, a los que también les introdujeron diésel. El mismo procedimiento lo hicieron una vez más para el resto de cuerpos y hasta arriba colocaron más troncos y ramas y rociaron con diésel.
Para lograrlo, relató que usaron tres garrafones de diésel con capacidad de 40 litros cada uno. Que él solamente ayudó a pasar los cuerpos de los estudiantes a tres de los miembros de Guerreros Unidos para que los acomodaran en la plancha.
Aproximadamente a las 3:20 horas terminaron y dos miembros de Guerreros Unidos prendieron el fuego, cada uno de una esquina. Contó que había tres miembros del grupo delictivo encargados de lanzar leña al fuego para que no se extinguiera y, para soportar el calor, se quitaron las camisas y se mojaban el cuerpo.
Según el relato de El Pajarraco, el fuego intenso duró de las 3:00 horas a las 10:00 horas y con menor intensidad hasta las 15:00 horas. Cerca de tres horas más tarde los llevaron a sus casas.
En su relato aclaró que como la noche del 27 de septiembre llovió con intensidad, regresaron al basurero de Cocula hasta el 28. Volvió con otros cinco miembros de Guerreros Unidos para recolectar las cenizas y encontraron puro lodo, lo recogieron con palas, lo depositaron en ocho bolsas negras de plástico, que pesaban aproximadamente 50 kilos cada una, y entre dos las sacaron cargando del fondo del basurero y las subieron a la camioneta Nissan Estaquitas.
De ahí, dijo que se dirigieron a la colonia Vicente y luego al puente del Río San Juan, donde estacionaron de reversa la camioneta y lanzaron las ocho bolsas al río, pensando que serían arrastradas por la corriente.
El Pajarraco dijo a la CNDH que estaba dispuesto a declarar ante las autoridades, incluso planteó que esperaba “que se le juzgue como partícipe o cómplice, pero no como autor material o intelectual”. Dijo que solicitaría a la autoridad ante la cual declarara, que le garantizara la seguridad y la integridad física de su hija, de su madre y la de sus hermanos, porque dijo que sabía que una vez que declarara, la integridad física y la vida de sus familiares corría peligro.
Escalofriante relato de puño y letra
En la entrevista que la CNDH le realizó a El Pajarraco le mostraron un álbum de fotografías que conformó la Oficina del caso Iguala, en el que aparecen los rostros de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos, servidores públicos y personas implicadas en los hechos. El Pajarraco los reconoció plenamente. De cada uno de los presuntos involucrados en los hechos, escribió y firmó de puño y letra en cada imagen fotográfica lo que sabía de ellos:
Del primero dijo que era policía de Cocula. Del segundo, aseguró que era un profesor de educación física, que jugaba con él en el equipo de futbol del pueblo, y explicó que esa persona no era La Rana (uno de los presuntos delincuentes detenidos), sino que el verdadero Rana se llamaba diferente. Por esta referencia se puede intuir que El Pajarraco reconoció en la fotografía a Erick Uriel Sandoval Rodríguez, quien había sido encarcelado injustamente por la Procuraduría General de la República y de quien la CNDH demostró que era una persona equivocada, logrando su liberación en noviembre de ese mismo año, 2018.
En el álbum, El Pajarraco también identificó a un miembro de Guerreros Unidos, del que dijo que se dedicaba a vender droga y escribió que “fue quien dio la orden de que desapareciéramos a los estudiantes”.
Reconoció a otros miembros de Guerreros Unidos, como a Patricio Reyes Landa, reaprehendido y puesto en libertad la semana pasada por portación de arma de fuego. De él, El Pajarraco escribió:
“A este lo conozco como El Pato, sicario de Guerreros Unidos, se que se llama Patricio. Ese día también se subió a la camioneta del traslado de los estudiantes de Metlpa al basurero de Cocula y también disparó para que no se movieran o se quisieran salir los estudiantes. También se quedó con el grupo que disparaban a los estudiantes y se bajó con otro a armar la plancha para incinerar a los estudiantes”. De puño y letra, El Pajarraco escribió: “declararé con más detalle lo que hizo el 26 y 27 de (septiembre) 2014 con los estudiantes de Ayotzinapa”.
El documento de la CNDH integra en ese momento la descripción que El Pajarraco dio sobre la manera en que se deshicieron de los estudiantes, nombrando a varios de sus cómplices en el relato:
El Pajarraco siguió el reconocimiento de las fotografías. De uno dijo que era halcón de Guerreros Unidos y que llegó en la Nissan Estaquitas blanca al basurero de Cocula. De otro, dijo que sólo lo había visto en las noticias. De uno más dijo que era el sicario de Guerreros Unidos que le marcó la noche del 26 de septiembre para que fuera a encontrarse con otros integrantes del grupo en una casa en Cocula y fue quien recibió la orden de desaparecer a todos los estudiantes “que llevábamos”.
A otro lo identificó como sicario de Guerreros Unidos, y dijo que fue quien organizó las camas de llantas, leños y cuerpos. A otro lo ubicó como El Wereke, (Salvador Reza Jacobo) de quien mencionó tenía ese apodo por güero, que siempre le decían así, que era sicario del grupo y siempre andaba armado. Que tenía tatuajes de rana en la espalda y unas flamas en el brazo. Se refería al verdadero Rana, es decir, a Edgar Damián Sandoval Albarrán, quien sigue prófugo en Estados Unidos, a pesar de que la CNDH dio a la PGR detalles de su paradero.
El Pajarraco dijo que ese hombre vivía cerca del centro de salud, que participó en los hechos y disparó contra los estudiantes que se movían. Que estuvo en el grupo que bajaron de la camioneta a los estudiantes y escribió: “es el verdadero Rana”.
De otro, escribió que sólo lo conocía porque “era presidente de Iguala, Abarca”. De la siguiente, dijo que era la “esposa del presidente de Iguala Abarca”. Del siguiente dijo que era el presidente de Cocula. De otro, dijo que se parecía al comandante de Cocula y trabajaba para Guerreros Unidos. Del último dijo conocerlo y aseguró que trabajaba en el ayuntamiento.
La versión de El Pajarraco sobre lo ocurrido entre el 26 y 27 de septiembre de 2014, quedó archivada en el expediente de la investigación de la Oficina para el caso Iguala de la CNDH. En la recomendación que el organismo presentó en 2018, se hace referencia a este hombre como uno de los principales participantes en los hechos, sin embargo, hasta ahora se conoce su testimonio, obtenido a través de solicitudes de transparencia.
Detención sin violencia y con pizzas
Como evidencia de que lo que El Pajarraco dijo y escribió durante la entrevista que tuvo con la CNDH fue sin presión alguna, dentro de su relato aseguró que cuando lo detuvieron y trasladaron recibió buen trato por parte de las autoridades, que en ningún momento fue agredido, ni física, ni verbalmente, que ni siquiera le dijeron groserías e incluso le dieron de comer pizzas que sus aprehensores compraron.
Describió cómo fueron sus traslados, desde la detención el 28 de agosto de 2018 por la mañana en Piedras Negras, Coahuila; su permanencia en esa ciudad hasta que por la tarde, en helicóptero, lo llevaron a Torreón; y posteriormente su traslado e ingreso al Centro Federal de Readaptación Social número 14 en Gómez Palacio, Durango, aproximadamente a la medianoche. Aseguró que fue valorado al menos en tres ocasiones por médicos que no le encontraron lesiones.
De acuerdo con el relato, El Pajarraco ya tenía dos cicatrices, una en la cabeza que se hizo de pequeño, y otra en el dedo medio de la mano derecha, que se hizo en una ocasión que su vehículo quedó en medio de un enfrentamiento entre miembros de La Familia Michoacana y Los Rojos, y al tratar de proteger a su esposa y ponerle la mano en la cara, la bala atravesó junto a su dedo, ella murió. Él y su hija sobrevivieron.
Fotos en Facebook, pieza clave para ubicar a El Pajarraco
Después de la desaparición de los estudiantes normalistas, El Pajarraco estuvo escondido con dos miembros de Guerreros Unidos en Morelos, de ahí se fue a Piedras Negras, donde ya llevaba tiempo, hasta el día de su detención. Trabajaba en una empresa, y a través de su madre enviaba dinero a los abuelos de su hija para su manutención. Según su testimonio, dieron con él porque su madre “acostumbraba a subir al Facebook fotografías de los lugares que visitaba o frecuentaba”.
Sobre el ingreso de El Pajarraco a Guerreros Unidos, en la entrevista con la CNDH contó que fue por enero o febrero de 2014, en Cocula, Guerrero, que “por el vicio” empezó a juntarse con cinco integrantes de la organización, a quienes conocía desde la secundaria por ser más o menos de su edad, quienes siempre andaban juntos y armados. Contó que en una ocasión, cuando estaban “pisteando”, uno de ellos lo invitó a trabajar en Guerreros Unidos cuidando dos poblados y avisando por teléfono si llegaba gente extraña o autoridades, para eso su amigo le dio un celular. Le pagaban 10 mil pesos mensuales, pero comentó que sólo recibió dinero los dos primeros meses, después le pagaban dos o tres mil pesos mensuales.
En Guerreros Unidos, dijo, los cuatro principios fundamentales eran: “no violar, no robar, no extorsionar y no secuestrar”, y si alguno incurría en esas faltas “le dan piso”. Dijo que lo constató una vez que un miembro de la organización fue sorprendido robando, y lo mataron.
(milenio.com)