El cadáver de una persona que muere en su domicilio debido al COVID-19 representa una situación de “alto riesgo” por los contaminantes que puede emitir, y contagiar a los familiares que le rodean. Situación que no sucede con un cuerpo embalsamado, que puede estar sin inhumar, incluso hasta 15 días después de muerto.
El especialista en embalsamamientos, Giovanni González, señala que “hay un riesgo: un cuerpo que no se embalsama, tiende a inflamarse, a soltar gases, es lo mismo con una persona infectada de COVID-19. Si dura mucho tiempo en un domicilio, el calor afecta mucho al cuerpo” y de este surgen olores, gases, líquidos.
A diferencia de la primera ola de la pandemia del coronavirus en México, esta segunda ola ha llevado a que los enfermos de COVID-19 estén muriendo en sus casas. Y ello implica un riesgo sanitario para las familias.
Explicó que la labor del embalsamador es preparar el cuerpo del difunto para que dure, incluso hasta 15 días sin ser inhumado.
La técnica del embalsamamiento es para que la masa corporal del difunto no emane gases y que no se descomponga y huela mal, además de que no suelte fluidos.
En entrevista con MILENIO, refirió que no existe una norma sanitaria que prohíba el embalsamado de cuerpos de quienes mueren por COVID-19; sin embargo, ante lo contagiosa que es la infección, prefieren no hacerlo “por cuestión de salud de uno mismo y de nuestras mismas familias”.
A diferencia de la etapa de la pandemia que se vivió de marzo a septiembre pasado, lo que hoy se vive ha tocado las puertas de las propias familias. Los enfermos, o bien prefieren atención médica en sus domicilios o, en el peor de los casos, han permanecido en estos, debido a que no encontraron disponible una cama de hospital, pues estos están saturados.
En esas condiciones, el número de muertos en sus casas crece, por lo que el especialista alertó a autoridades y familiares de muertos por la pandemia, “es un riesgo muy alto, si así expuesta la persona viva es un riesgo, pues fallecida la persona es un poco más por lo mismo que el cuerpo tiende a soltar gases, muchas veces líquidos o empieza a oler mal, sí es un riesgo muy alto”.
Un ejemplo de enfermo muerto en su casa por la pandemia del coronavirus es el de la señora Julia Amaro, de 74 años de edad, quien la semana pasada murió en su casa en el municipio de Ecatepec. Su cuerpo permaneció en su misma cama por 24 horas exactas y es que no hubo autoridad alguna o médico que diera fe de las causas de esa muerte. No había acta de defunción, no había servicio funerario que quisiera hacerse cargo del cuerpo.
Para los vecinos de Julia, las autoridades fallaron en la atención, tanto de Julia viva, como ya muerta. El cuerpo estuvo expuesto las 24 horas, junto a su esposo e hija contagiados por el virus y un nieto del cual no se logró saber su estado de salud.
Alejandra, una de sus vecinas durante 24 años, calificó de “negligencia” el actuar de las autoridades, tanto del ministerio público, como médicas que no quisieron acercarse a ese domicilio, “negligentes para con la gente de escasos recursos que no tenemos ahora sí para pagar, quien tenga para pagar pues lo paga y no sufre las consecuencias, pero nosotros tuvimos que pasar una tarde y noche y este día con el Jesús en la boca pues todos estamos expuestos al contagio”.
El especialista en embalsamar cuerpos, Giovanni González, recomienda que “al fallecer una persona la familia debe conseguir de inmediato su servicio funerario porque tener en su domicilio a la persona muerta es algo riesgoso para ellos mismos, como para la gente que los rodea”.
La lentitud con que un cuerpo fallecido por COVID-19 es retirado de su domicilio se debe, entre otros factores “a que las cremaciones están lentas, todo está muy lento ahorita. Los horarios para cremar los dan hasta una semana después y lo menos, tres o cuatro días y el certificado de defunción lo están tardando hasta tres días”.
Todo está saturado y las víctimas de la pandemia que mueren en sus casas, corren el riesgo de infectar a sus familiares vivos.
(milenio.com)