A 15 días de la tragedia de París, todavía no se disipan el humo de los abatimientos, el recuento de los daños, ni la imparcialidad del suceso. La pena y la desesperación muestran al mundo su rostro de pesadilla real y tangible.
La sociedad mundial vive inmersa en una vorágine de robos, asaltos, guerrillas, secuestros y ejecuciones; hoy agregamos terrorismo. No hay para cuando parar. El terrorismo actúa de tal forma que asalta la razón, desequilibra.
Vivimos una incertidumbre. Esa incertidumbre hacia la cual rodamos impulsados por una lógica existencial, y que corre paralela a una lógica religiosa y política, y reconoce que frente al gobierno no existen sino la muchedumbre y la nación, pero no el individuo, quien apenas es un miembro común de la sociedad, afiliado tal vez a un partido político, a un sindicato, a un gremio, a una asociación.
La estrecha correlación que existe en las actividades humanas hace que hoy, cualquier suceso con sabor a terrorismo, repercuta inmediatamente en la esfera política.
Y para dar mayor énfasis a todo lo enumerado al inicio, debemos agregar la muy preocupante situación económica que vive la mayoría de los países del mundo, y que es común denominador, o mejor dicho, es el cristal al través del cual se miran peor todas las cosas.
El terrorismo es el uso de la violencia para el logro de cualquier tipo de objetivos, ya sean políticos, religiosos, económicos. Todas las definiciones actuales de terrorismo comparten un elemento común: conducta motivada políticamente.
El rápido crecimiento de las organizaciones criminales transnacionales y el crecimiento del rango y escala de tales operaciones, pueden bien resultar en el uso de la violencia para alcanzar objetivos cuya motivación sea la obtención de beneficios financieros.
En el caso del semanario francés Charlie Hebdo fue un tema con fuerte sabor religioso, la venganza del profeta.
A partir del decenio de 1970 ha habido en el mundo un desbordamiento de atentados terroristas organizados por diferentes grupos en busca de su verdad: ¿política, religiosa?
Los perpetrados por el Ejército Republicano Irlandés (ERI) en busca de la independencia de Irlanda; supimos de la explosión de un avión inglés de la TWA planeada por terroristas musulmanes.
España no se quedó atrás con los ataques de la ETA; los países de Medio Oriente sintieron en carne propia el terrorismo; Argentina sufrió este flagelo en 1992 y 1994 con sendos ataques despiadados contra la comunidad israelita, dejando más de un centenar de muertos en Buenos Aires.
En 2001 nos llegó más cerca con la destrucción de las Torres Gemelas y la desaparición de miles de víctimas. Y a partir de ese momento, todo se agudizó, propiciado por dos operaciones militares indebidas: la Guerra del Golfo en 1990, y la invasión de Irak en 2003.
El mundo musulmán se levantó en armas y se ha aprestado a defender su creencia en cualquier parte del mundo y a cualquier precio.
Ya de por sí el ambiente tenso y ríspido que se respira en los países del llamado Medio Oriente es milenario.
¿No fue allí donde los ismaelitas se rebelaron hace cuatro mil años al patriarca judío quien prometió una descendencia tan vasta como las arenas del mar y las estrellas del cielo?
¿No fue allí donde se multiplicaron y dividieron las decenas de tribus que poblaron y explotaron ese espacio antes del dominio romano?
¿No fue allí donde el hijo de José y María puso en jaque a los poderosos sacerdotes judíos y siglos después logró la conversión de los durísimos emperadores y centuriones romanos hasta su extinción?
¿No fue allí donde por siglos árabes y judíos han tratado de exterminarse por la posesión de una tierra proféticamente prometida?
¿No ha sido allí donde el pontífice romano ha tratado de unir lo desunido y de juntar los pedazos de una historia largamente seccionada?
Por supuesto que sí, es el llamado Medio Oriente, tierra de promisión, de posesión, de arrebato, de ira, de saña.
Pero hoy, ese espacio insufrible y execrable se ha distendido hasta abarcar la península arábiga y las partes mediterráneas del continente africano.
Y así se ha incorporado, años ha, la corriente que procede de La Meca y que propone la palabra de Alá por encima de toda vida, palabra que hoy se disemina por varios países europeos y alcanza tierras asiáticas.
Y este Estado Islámico degüella periodistas frente a las cámaras de televisión del mundo y nosotros sÓlo podemos asombrarnos y cerrar los ojos.
El ser humano es libre, en cualquier parte, bajo cualquier régimen, en cualquier latitud para expresar sus ideas; nadie tiene derecho a coartarlas.
Hoy y siempre, una pluma seguirá siendo el arma más poderosa del planeta.
Todos quienes estamos dedicados a esta difícil y delicada profesión sabemos que en varios países se denomina como “maldito oficio” al trabajo de los periodistas que se juegan la vida día a día. No se mata la verdad matando periodistas.