Juanita Santizo, una mujer indígena chuj de Guatemala, salió en busca del sueño americano en agosto de 2014. Un traficante de migrantes le tenía un plan para cruzar a México, trasladarla a Reynosa, Tamaulipas, y de ahí llegar a Estados Unidos.
En Reynosa, Juanita, junto con otras mujeres migrantes, fueron capturadas por el coyote y otros grupos de hombres desconocidos en una casa.
Del sueño americano, pasó a la pesadilla mexicana.
“Salí allá en mi país porque yo iba a ir al otro lado, en EU, porque allí no hay trabajo, no hay nada. Entonces yo le dije a mi papá, a mi mamá, que yo quería ir. Y otra cosa era que mi mamá tenía una enfermedad. Y después yo les dije a ellos, mejor me voy a ir para ayudar a mi mamá.”
El terror comenzó en una casa de seguridad en la colonia Villa Diamante, en Reynosa. A escasos kilómetros del Centro de Ejecución de Sanciones, donde algunos días después, entraría para no volver a salir.
Ese día, Juanita estaba enferma. Dice que el pollero la había dejado ahí mientras se recuperaba, para poder cruzar la frontera con Estados Unidos. La dejaron junto a otra mujer que tenía a un menor de edad.
Juanita se fue a dormir y lo siguiente que supo fue que había policías intentando entrar a la casa. Ella les abrió y comenzó la pesadilla.
Presuntamente, de entre las personas que se encontraban con ella en la casa vino la acusación en su contra, diciendo que estaba vinculada con los polleros.
“¿Tú los estás cuidando?”, le decían. Pero no entendía nada. No hablaba español, sino el dialecto chuj, de ciudad de origen, San Mateo Ixatán, en Huehuetenango, Guatemala.
Las cosas sólo empeoraron. La llevaron a una estación de policías, donde la golpearon y amenazaron para que firmara documentos en los que, ahora sabe, se inculpaba de secuestro.
No tuvo acceso ni a un abogado, ni a un intérprete, tampoco recibió atención médica.
Durante la declaración ante el juez fue forzada por el agente del Ministerio Público del estado a ratificar su declaración.
Sigue recluida, en prisión preventiva oficiosa, sin una sentencia.
La ayuda consular llegó cuatro años tarde.
En la cárcel encontró el apoyo y la justicia que ni autoridades ni jueces le han dado. Fue una de sus compañeras quien le advirtió que dejara de firmar documentos que no entendía.
“Esos papeles yo no los entiendo, le dije a ella. ‘Entonces por qué, no, es que tú necesitas que alguien te ayude. Te voy a decir una cosa, tú ya no firmes nada’, dijo. Entonces ya no firmé nada, pero desde que me agarraron yo firmé todos los papeles. Pero yo pensaba que estaba firmando esos papeles para que me dejaran salir, yo no sabía que me iban a llevar al penal. Nombre, cuando iba aprendiendo me enteré, nombre, sentí bien feo, la verdad me sentí bien feo.”
Ahí ha enseñado algunas palabras de su dialecto, el chuj. Sus compañeras le enseñaron a hablar español, el cual ya habla fluido. Aprendió a tejer y trabaja en una tienda dentro del centro penitenciario.
“Hay algunas que saben tejer, y así, bolsas y todo. Ella me enseñó a hacer las bolsas y yo las vendo por si yo quiero algo, así lo compro. Porque yo tengo que trabajar para sobrevivir. Pero gracias a Dios eso es lo que yo hago, los vendo y lo hago, y otras cosas. Aquí hay una tienda en la que estoy trabajando. Hago gorros, hago bolsas y hago monederos.”
Con el apoyo de la Oficina de la ONU para los Derechos Humanos, en México su familia ha interpuesto denuncias por tortura.
En Guatemala, la ONU logró el apoyo de la Procuraduría de Derechos Humanos, la Fiscalía General de la República y el Ministerio de Relaciones Exteriores, pero Juanita sigue presa.
(milenio.com)