El Super Bowl es el acontecimiento televisivo anual más destacado de Estados Unidos. En cualquier año normal, la 55 edición del partido por el campeonato de la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL) se centraría en el enfrentamiento entre los dos quarterbacks: el legendario Tom Brady, de los Tampa Bay Buccaneers, y la superestrella Patrick Mahomes, de los Kansas City Chiefs.
Pero el Super Bowl de este año será muy diferente a cualquier edición anterior. No hay festejos y casi no hay aficionados. Los Bucs y los Chiefs saldrán al campo con el telón de fondo de una pandemia que ha cobrado la vida de más de 430.000 estadounidenses y ha causado dificultades económicas en medio de un tenso clima social y político.
El Super Bowl sigue adelante tras una temporada en la que la pandemia ha obligado a aplazar y reprogramar repetidamente los partidos. Los equipos se enfrentaron a una situación que no permitió a los jugadores y entrenadores reunirse en persona o competir en los partidos de pretemporada. Los entrenadores han tenido que confeccionar esquemas ofensivos y defensivos sobre la marcha y los jugadores han tenido que realizar inusuales entrenamientos socialmente distanciados.
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Tratar de vigilar a los jugadores y entrenadores y sus actividades privadas, en un esfuerzo por evitar la propagación del virus, ha sido esencialmente imposible. Desde la primera semana de la temporada, los equipos se enfrentaron a la realidad de que, al igual que el público en general, eran vulnerables al coronavirus.
Una semana de Super Bowl diferente
Sin embargo, después de casi un año de estar encerrados en casa, muchos estadounidenses esperan el Super Bowl de este año como una oportunidad especial para distraerse. Incluso en épocas no pandémicas, el acontecimiento anual reúne a los aficionados más acérrimos al fútbol americano con los espectadores ocasionales que buscan entretenimiento en los espectáculos de medio tiempo y en los anuncios televisivos excesivos.
“El Super Bowl representa la culminación de la NFL como el principal producto televisivo del país”, cuenta a DW J.A. Adande, director del programa de periodismo deportivo de la Universidad de Northwestern. “Football, pompa y violencia aséptica. Es lo más estadounidense que hay”.
Este año, la ciudad anfitriona, Tampa (Florida), tendrá que renunciar a la emoción y la fanfarria típicas que el acontecimiento suele provocar. En circunstancias normales, durante la semana previa al partido, la ciudad se llenaría de aficionados al fútbol y de medios de comunicación, lo que daría realce a su imagen a nivel nacional y un impulso a la economía local. La mayoría de los años, los dos equipos suelen llegar a la ciudad anfitriona con una semana de antelación, pero este año ninguno de ellos llegará a Tampa hasta un día antes del partido.
El Raymond James Stadium, sede del Super Bowl de este año, tiene una capacidad de 65.000 espectadores. Sin embargo, debido a las restricciones del COVID-19, los organizadores solo permitirán la presencia de 22.000 personas. Entre ellas habrá 7.500 trabajadores médicos vacunados a los que la NFL ha dado entradas gratuitas en reconocimiento a su servicio. Los aficionados estarán distanciados y se les exigirá que lleven máscaras. Será la primera vez, desde la creación del Super Bowl en 1967, que el partido no se juegue con las entradas agotadas.
¿Los negocios antes que la salud?
Sin embargo, la NFL no puede evitar su historia de anteponer su bienestar económico a las cuestiones sociales y políticas o incluso a la salud de los jugadores. Los críticos han cuestionado las prácticas de seguridad de la liga cuando presionó para que se siguiera jugando durante la pandemia y cuando varios jugadores dieron positivo con el coronavirus.
“Ellos (la NFL) se enorgullecían de terminar la temporada sin ningún partido cancelado, incluso si significaba que tenían que jugar un partido un miércoles o que un equipo tenía que jugar sin ningún verdadero quarterback”, dice Adande.
“La NFL nunca ha priorizado el bienestar de sus atletas sobre los aspectos comerciales”.
De todos modos, los principales proveedores de publicidad, Budweiser, Coca Cola y Pepsi, han optado por no comprar tiempo de televisión durante el Super Bowl de este año, al considerar que el clima del país no justifica una celebración. En su lugar, empresas como Budweiser destinarán el dinero del marketing a la concienciación sobre las vacunas contra el COVID-19.
(dw.com)