A más tardar y con la retirada de las tropas extranjeras de Afganistán, también desaparecerá la idea occidental de inyectar sus valores en todo el mundo con operaciones militares, cree Christoph Hasselbach.
La misión militar en Afganistán, que ahora está llegando a su fin, supuso mucho más que una lucha contra el terrorismo. Eso fue solo al principio. La misión tendría que haber llevado, con rapidez, democracia, derechos humanos, educación y prosperidad al golpeado país. Precisamente los alemanes, en general críticos con intervenciones militares, necesitaban entonces un objetivo “superior” para justificar su participación. Y es sin duda una meta loable.
Pero la idea de exportar la democracia fracasó, no solo en Afganistán, sino en total. Hoy Afganistán es considerado uno de los países más corruptos del mundo, a pesar de tener un gobierno respaldado por Occidente, cuyo espectro de influencia se está debilitando cada vez más. Además, los talibanes islamistas pronto podrían volver al poder, al menos como parte de un futuro gobierno, pero probablemente como gobernante único y con violencia. ¡Casi 20 años de ardua tarea de desarrollo nacional por parte de algunos de los países más poderosos del mundo, en vano!
China se ha convertido en una alternativa
Afganistán no es el único ejemplo. El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, no solo quiso liberar a Irak del dictador Saddam Hussein y despojarlo de sus (inexistentes) armas de destrucción masiva con una intervención militar en 2003, sino que también quiso trasladar los valores occidentales al país. Nadie se atrevería a afirmar que tuvo éxito.
Después de todo, también se quiso cambiar a China, no con una intervención militar, sino a través del comercio. En Alemania, sobre todo, se pensó durante mucho tiempo que un mayor intercambio llevaría finalmente a la democratización del país y, en consecuencia, lo convertiría en un socio más grato en el escenario político mundial.
El resultado es aún más decepcionante: China no solo se ha movido hacia la dirección opuesta y se está volviendo cada vez más autoritaria a nivel nacional y más agresiva internacionalmente, sino que además su sistema se está imitando en todo el mundo y viendo como una alternativa al modelo de sociedad occidental.
Biden: no al compromiso “intergeneracional”
Es importante sacar conclusiones de todo esto. En algún momento en Afganistán se planteó la cuestión de si la OTAN debería asegurar lo que se había logrado durante un período indefinido. Los estadounidenses finalmente respondieron que no, lo que obligó a todos los demás aliados a retirarse.
El presidente Donald Trump no solo quería poner fin a esta “guerra eterna”, sino que su sucesor Joe Biden dijo recientemente en el Congreso que la operación nunca tuvo la intención de ser un “esfuerzo intergeneracional”. De manera pragmática, dos presidentes estadounidenses muy diferentes lo han dejado claro: se ha logrado el objetivo militar de combatir el terrorismo, pero el resto ya no les interesa.
Incentivos para la buena gobernanza
El ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Heiko Maas, confía ahora en incentivos económicos para lograr el comportamiento deseado en Afganistán en el futuro, independientemente de quién gobierne allí: ayuda al desarrollo en la medida en que haya avances en los esfuerzos de paz, mantener la democracia y el Estado de derecho, lucha contra la corrupción y el respeto a los derechos humanos. Se pueden realizar tales demandas, pero no hay que hacerse ilusiones. El gobierno, relativamente moderno, del presidente Ashraf Ghani tuvo sus dificultades con los valores occidentales.
Vincular las ayudas a la buena gobernanza es un método que el Gobierno alemán está utilizando ahora en la cooperación para el desarrollo en todo el mundo. Sin duda, esto es mucho mejor que transferir dinero a los Estados sin hacer preguntas. Sin embargo, Occidente debería haber aprendido, a más tardar en Afganistán, a deshacerse de la ingenua idea de exportar, a través de medios militares, el propio sistema a otros países.
(dw.com)