Trípoli, Libia. – Las causas de la sangrienta revolución libia que en 2011 hizo caer a Muamar el Gadafi no se deben buscar en el deseo de libertad y justicia de jóvenes intelectuales, como sucedió en Túnez y Egipto. El régimen de Libia se sostenía por un pacto entre el coronel y las principales tribus del país. Las consecuencias de esta rotura han sido dramáticas: las qabila (tribus), que se han convertido en feroces qatiba (milicias), han llevado al país entero al colapso.
En la cuneta de la carretera que conduce de Zliten a Misrata hay un cementerio de tanques. Una cuarentena de vehículos del ejército de Gadafi descansan en una fila ordenada entre matas de hierba, hechos pedazos y con los cañones bajados. En la calle Trípoli, la avenida principal, se libró una de las batallas más violentas de la revolución. Dan fe de ello las fachadas de los edificios, acribilladas por los disparos, que apenas se mantienen en pie. La qatiba Idris Malik (en honor al viejo rey destronado por el golpe de Gadafi en 1969, es una de las brigadas revolucionarias más poderosas de Misrata. Su base está formada por un conjunto de contenedores y vehículos de artillería pesada.
Ciccio1 es el mafiosillo de la banda. Tiene la cara redonda y el pelo largo y rizado, luce una barba recortada y lleva una boina negra. En su móvil, que siempre tiene en la mano, suena música pop occidental. “No me llaman Ciccio por lo de la comida. Me llaman así porque Ciccio era el nombre de mi perro. Murió durante la guerra por un proyectil”. Todos se ríen a carcajadas, incluso Murad ben Sheik, el capitán de la qatiba, de unos cuarenta años, que se lo pasa bien bromeando con los chicos. Murad de repente se pone serio: “Ciccio es uno de nuestros mejores hombres. Hemos luchado juntos en Misrata, Zliten, Trípoli, Bengasi y Sirte. Tiene una bala alojada en la pierna derecha y otra en el hombro izquierdo”.
Murad es uno de los señores de la guerra libios. Se formó en el ejército de Gadafi y tras el estallido de la revolución, como muchos, desertó y volvió en contra del dictador a grupos enteros de niños y jóvenes. No quiere disolver su milicia ni mucho menos entregar las armas. “Todos los de Misrata pertenecemos a la misma tribu. ¿Reconciliación nacional? Para mí estas palabras no significan nada”.
La revolución contra Gadafi sigue unas dinámicas distintas respecto a las que han estallado en los otros países del norte de África. Las revueltas de Libia no son de naturaleza socioeconómica, sino étnica. En Libia las condiciones de vida de la población eran significativamente mejores que en los países vecinos. El desempleo, si bien era alto, estaba por debajo del promedio de la región, en parte porque dos tercios de los empleados trabajaban para el estado.
La causa de la revolución debe buscarse en otra parte. Gadafi, cuyo régimen duró 42 años, debe mucho a la entidad de las tribus. Zintan, Rojahan, Orfella, Riaina, Al-Farjane, Al-Zuwayya y tuareg son algunas de las 140 tribus establecidas en territorio libio que, queriendo o no, fueron sometidas al yugo de Gadafi.
El 85 por ciento de la población libia pertenece a alguna tribu, que desde siempre han jugado un papel clave en la realidad local. Basta con decir que muchas ciudades libias llevan los nombres de las tribus que las habitan.
Cuando en 1951 Libia se independizó, en el país no había partidos políticos porque estaban prohibidos por el régimen monárquico. La ausencia de actores en la escena política, por lo tanto, fue determinante para el resurgimiento de las tribus como representantes populares frente a Trípoli. Este proceso fue alentado por el propio soberano, que delegó la autoridad sobre el territorio a poderosas familias, cosa que dio lugar a un estado feudal.
Cuando Gadafi llegó al poder, en 1969, lo primero que quiso hacer fue marginar a la vieja élite de los jefes tribales, para dar espacio a jóvenes dirigentes y fieles con el objetivo de establecer un sistema socialista lleno de contradicciones.
Sin embargo, desde finales de los años setenta el sistema tribal había reaparecido en escena y se había extendido por todo el aparato administrativo. De hecho, las oficinas públicas estaban repartidas según la pertenencia a los clanes. Finalmente, fue el mismo Gadafi quin estableció que los puestos en la administración debían tener una base tribal.
En los años noventa Gadafi empezó a hacer alianzas con los líderes tribales con el fin de convertirlos en instrumentos de su régimen. La alianza con las tribus numéricamente más importantes, como la de los Warfala (un millón de personas), se la aseguró con generosas donaciones de dinero y concesiones de varios tipos. Mientras, Gadafi fomentó secretamente la hostilidad entre las tribus, siguiendo la conocida estrategia de divide et impera.
El ejército libio estaba compuesto por notables tribales cuya lealtad Gadafi había comprado. Sin embargo, con el tiempo Gadafi empezó a temer que sus enemigos más peligrosos pudiesen anidar precisamente en esta institución (él mismo provenía de la clase militar). Por lo tanto, colocó en los altos cargos militares y en los servicios de inteligencia a exponentes de los Qadhadhifa, la tribu de Sirte a la que pertenecía.
Un sistema social tan evanescente no podía durar para siempre. A partir de los años noventa, especialmente en la región oriental de la Cirenaica, y hasta día de hoy, las tribus se han levantado en armas: primero contra Gadafi, y después contra cualquiera que tratase de redimensionarlas. Tanto es así que los términos qabila y qatiba (brigada/milicia) se han convertido en casi intercambiables.
Hoy Libia tiene dos gobiernos, dos parlamentos*, 140 tribus y otras tantas (si no más) milicias. Además del Estado Islámico, claro. Así, existen al menos tres Libias, todas en el interior de un estado donde el que reina es un caos absoluto.
Con juegos de alianzas mutantes y frecuentes, las qabila/qatiba hacen y deshacen a sus anchas en Libia. Algunas están equipadas con armas de ultimísima generación, otras luchan con Kalshnikovs oxidados y con chanclas en los pies. Aunque la mayoría de las organizaciones humanitarias internacionales las acusan de crímenes contra la humanidad, que seguramente quedarán impunes, es con estas tribus con quien la comunidad internacional deberá hablar para contrarrestar el avance yihadista y evitar que el país del norte de África se convierta en una nueva Somalia, a trescientos kilómetros de las costas europeas.
*Libia está dividida en dos. Por un lado está el general rebelde Khalifa Haftar, ex hombre de Gadafi, que cuenta con el apoyo de un parlamento reconocido internacionalmente pero que en la práctica domina sólo una pequeña parte de Libia. Haftar es aliado del separatista Ibrahim al-Jadran, que querría una Cirenaica (región en la costa noreste) independiente y que ha pactado con las potencias militares de Zintan en Tripolitania y con algunas tribus fieles hasta el último momento al clan Gadafi. Hacia el sur, en el Fezzan, sus principales aliados son la etnia de los Toubu. La coalición se llama Karama (Operación Dignidad) y apoya al gobierno, “exiliado” en Tobruk, que salió de las elecciones de junio pasado, que luego fueron invalidadas por el Tribunal Supremo. Su primer ministro es Abdullah al-Thani.
Por otro lado está la ciudad de Misrata, que ha aglutinado a su alrededor a la minoría bereber amazigh, a los grupos vinculados a los Hermanos Musulmanes, a los movimientos yihadistas en Cirenaica y a uno de los grupos más radicales del país y vinculado a Al-Qaeda, Ansar al-Sharia. Al sur, los principales aliados son los tuareg. La coalición se llama Fajr Libya (Amanecer de Libia). Su primer ministro, respaldado por un parlamento, es Omar al-Hasi. El gobierno de Trípoli, con el apoyo de esta coalición, no es reconocido por la comunidad internacional pero está legitimado por una sentencia del Tribunal Supremo de Libia de noviembre del año pasado.