El presidente Enrique Peña Nieto envió tres mensajes claros a la militancia priista, el sábado anterior.
El primero, “no son tiempos de proyectos personales”, es decir, que no se adelante el proceso de sucesión; el segundo, hay que “llevar al PRI a las universidades, convencer a los jóvenes”, destinado precisamente al sector de la población que ha sido el más crítico de su gestión.
Y el tercero, sobre los riesgos del “populismo y la demagogia”, que amenazan la estabilidad de las democracias.
Bien, pero, ¿quiénes son los destinatarios de los mensajes?
Queda claro que el primero –“no son tiempos de proyectos personales”-, está dedicado a los miembros de su gabinete y a uno que otro gobernador que se siente presidenciable y que desde ya están en campaña.
¿O es que se puede negar que los secretarios de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong y el de Hacienda, Luis Videgaray, no actúan pensando en el 2018?
Bien a bien, se puede entender el mensaje de Peña como una llamada de atención, algo así como “están viendo cómo se encuentra el país y no ven”.
Pero también hay otros secretarios de Gabinete que consideran que, ante el desgaste de Osorio, por la fuga del Chapo Guzmán, de Videgaray por la marcha de la economía, la depreciación del peso y el aumento de pobres, tienen oportunidad.
Ya hay quien está candidateando al secretario de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade, quien sin tantos reflectores ha cumplido sobradamente con su trabajo.
También hay gobernadores, desde luego, como el de Chihuahua, César Duarte, a quien muchos veían como candidato a la presidencia del PRI, aunque sus aspiraciones llegan más alto.
Peña pareció revivir el viejo adagio de Fidel Velázquez que resume el espíritu de la reunión que celebró el PRI el sábado, “el que se mueve, no sale en la foto”.
A menos, claro, que se tome una selfie, como el Bronco en Nuevo León.
El segundo mensaje, el de “llevar al PRI a las universidades”, implica el reconocimiento llano de que el tricolor no ha sabido entender ni interpretar las demandas de las nuevas generaciones.
Que la estructura sigue siendo vieja y sin atractivo para los jóvenes, a menos, claro, que sean descendencia directa de un político tricolor, en cuyo caso tienen el hueso asegurado.
No hay incentivos para que los jóvenes, los que más critican y cuestionan al PRI y la administración peñista, participen activamente en el partido.
Porque si bien es cierto que Peña reconoce que su partido no ha estado a la altura de la demanda de la juventud nacional, también se puede ver con cierta sospecha si en particular esta parte del discurso sirvió para descartar a varios aspirantes a la presidencia tricolor y para perfilar a uno de sus consentidos, Aurelio Nuño, el jefe de la oficina de la Presidencia.
Sobre los riesgos del “populismo y la demagogia” para el país, está claro quien es el principal destinatario, el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador, que ha tomado un segundo aire con los resultados que alcanzó su franquicia, MORENA, en la capital el 7 de junio pasado.
El ejemplo que tienen más a la mano los peñistas es lo ocurrido en Grecia, en donde el populismo y la demagogia le dieron el triunfo a un presunto izquierdista (Tsipras) que tiene al país colapsado.
Miedo o precaución (electoral) Peña y el PRI tendrán que hacer mucho más que advertir en discursos sobre lo que puede pasar cuando la labia es superada por la terca realidad.
A ver si le hacen caso.