En los últimos veinte años no ha surgido ningún nuevo medicamento antiarrítmico, a pesar de que las arritmias van en aumento. Están en investigación unos 20 nuevos antiarrítmicos pero no están aún disponibles por tener efectos tóxicos.
La razón principal para que esta paradoja esté ocurriendo, es que los antiarrítmicos que tenemos son suficientes para resolver la mayoría de los problemas de nuestros pacientes. Sin embargo, por lo menos una tercera parte de los pacientes no logran control de su arritmia con estos fármacos y tenemos que buscar alguna alternativa de tratamiento, principalmente mediante un procedimiento intervencionista (la llamada ablación), ante la falta de nuevos medicamentos.
Les aclaro que muchas personas se quejan de que su corazón tiene una arritmia, a veces sin razón alguna. Por lo menos el 17% de los individuos sanos perciben una irregularidad en los latidos en algún momento de su vida. Debido a esto, con frecuencia los pacientes que tienen realmente una arritmia no reciben atención ni tratamiento, pues ni ellos ni los médicos entienden la magnitud del problema. Uno de los motivos de que recetemos pocas veces a los antiarrítmicos.
La situación de las arritmias es tan grave, que la principal razón de que una persona con infarto se muera es una arritmia. Basta señalar que cuando ocurre la obstrucción aguda de una arteria y se empieza desarrollar un infarto, el corazón pierde su ritmo normal y se presentan latidos prematuros, conocidos como extrasístoles, que al no recibir manejo oportuno, provocan que la persona fallezca en la primera hora del infarto, aún antes de poder llegar a un hospital.
Por lo tanto, les destaco que la muerte súbita de los pacientes con infarto, es una muerte eléctrica. Si consideramos que unos 140 000 pacientes mueren cada año por problemas cardiovasculares, se puede concluir que las arritmias son un grave problema de salud. La situación crítica se deriva de que los pacientes no alcanzan a llegar al hospital para que se les aplique un antiarrítmico por la vena, que les salvaría la vida, llamado lidocaína.
A un grupo médico se les ocurrió que los pacientes propensos a un infarto, recibieran una dosis de lidocaína, aplicada por ellos mismos, cuando les empezara el dolor. Este estudio clínico fue un desastre, pues sin control médico, a muchos pacientes los dañó el uso preventivo de la lidocaína, ya que incluso les provocó convulsiones y esto cayó en desuso rápidamente. Otro motivo de que recetemos cada vez menos antiarrítmicos.
Hay arritmias congénitas de diversos tipos. La inmensa mayoría de aquellas personas que vemos fallecer en forma súbita en estadios y gimnasios deportivos, mientras practican actividades físicas muy intensas, padecen de arritmias congénitas. La mayoría de estos pacientes son candidatos a un aparato parecido a un marcapaso, llamado Cardio-desfibrilador implantable y no a medicamentos antiarrítmicos crónicos. Esta es otra razón para que cada vez prescribamos menos antiarrítmicos.
Una de las arritmias más frecuentes es la Fibrilación Auricular (FA), un problema que va en aumento pues se asocia a la presión arterial alta, al alcoholismo, a las drogas como la cocaína y a la edad. Es una arritmia potencialmente muy grave, pues el latido irregular que se presenta, puede provocar una embolia cerebral con lesiones tremendas, que con frecuencia dejan en silla de ruedas a las personas.
Sin embargo, los antiarrítmicos tienen un 70% de control de la arritmia en el mejor de los casos, por lo que los cardiólogos nos ocupamos de evitar las embolias y no tanto en devolver a los pacientes a un ritmo normal. Este pobre control de la FA y el alto nivel de toxicidad de los medicamentos antiarrítmicos que usamos, son otro motivo para que cada vez los usemos menos.
Cuando hablamos de toxicidad, los efectos son múltiples y es responsabilidad de los médicos informar a sus pacientes de todos los problemas que se pueden presentar por los efectos indeseables de estos medicamentos. Por eso decimos que los antiarrítmicos son un veneno necesario, pues salvan vidas pero a largo plazo provocan tantos problemas que debemos retirárselos a la mayoría de los pacientes.
Un efecto indeseable es particularmente grave y lo conocemos como proarritmia. Es como si te tomaras un medicamento para quitar el dolor y te provocara uno de mayor intensidad. La explicación es muy compleja, pero está bien analizada y por eso los cardiólogos debemos elegir muy bien al paciente que le vamos a dar un antiarrítmico.
Sin pretender que se aprendan el siguiente cuadro, me pareció pertinente presentarles los antiarrítmicos disponibles en la actualidad, con la clasificación médica que utilizamos:
Clase I: Disopiramida, lidocaína, mexiletina, procainamida, quinidina, flecainida, propafenona.
Clase II: Bloqueadores de receptores adrenérgicos tipo beta (Metoprolol, carvedilol, atenolol).
Clase III: Amiodarona, sotalol, dronedarona, dofetlida y la ibutilida.
Clase IV: Bloqueadores de los canales de calcio (diltiazem, verapamilo).
Clase V: antiarrítmicos especiales: digoxina, adenosina.
En nuestro medio no se aplican todos estos fármacos, ya sea porque la utilidad de algunos es cuestionada o porque otros no se encuentran disponibles. Entre los que sí se utilizan se considera a la propafenona, a la flecainida, al metoprolol, a la amiodarona y a la digoxina, como los más útiles en la fibrilación auricular. En la enfermedad de WPW que ya analizamos en otra Corazonada, la adenosina es el mejor para la fase aguda y luego amiodarona o propafenona.
Tuve que usar los nombres farmacológicos y no los nombres comerciales para evitar dificultades, pero los invito a revisar el contenido de sus medicinas para que vean si contiene alguna de las sustancias mencionadas en el cuadro de clasificación y los invito a consultarme cualquier duda a mi correo.
Mail: ricardo.jauregui03@gmail.com
Hasta la próxima.