El sueño de volver a su vida anterior, el hartazgo por las medidas sanitarias y la percepción de exclusión quitó ataduras a Julie, Scott y Matthew, manifestantes de Ottawa, para frenar parcialmente el flujo económico en Canadá y, sin proponérselo, inspirar a quienes se sienten como ellos en otras partes del mundo.
“Mi vida está arruinada”, Scott Holt
A los 58 años, Scott Holt perdió su trabajo por la vacunación obligatoria. Y una parte de sus sueños de jubilación también. El que esperaba pasar su vejez en casa, en la granja, con animales, se pregunta ahora cómo podrá pagar las facturas.
La obligación de vacunarse está “arruinando mi vida”, anota con amargura, detrás de sus lentes de sol.
El parabrisas de su camión, instalado desde el primer día en la calle Wellington, frente al Parlamento federal canadiense, está cubierto con mensajes de aliento.
“Es realmente conmovedor, y eso que no suelo ser emotivo…”, confiesa mientras reprime un sollozo este hombre originario de una ciudad situada a unos 100 kilómetros al sur de Toronto.
Aunque pide el fin de las medidas sanitarias, no se opone a la vacunación en general. “La libertad es lo más importante para mí”, defiende este abuelo de 13 nietos con voz ronca.
Este canadiense pasó más de 35 años de su vida viajando por carretera. “Lo tengo en la sangre”, dice. Más que su trabajo, perdió su “estilo de vida”. Así que está determinado a quedarse “hasta el final”.
“Nos miran como animales”, Julie Chapados
Con su buzón postal pegado a la caravana y una mesa de acampar al frente, Julie Chapados eligió asentarse ante las ventanas de Justin Trudeau hace dos semanas. Esta formadora sigue trabajando de tiempo completo en Zoom, desde un cuarto de hotel, antes de dormir con su compañero bajo las ventanas del primer ministro.
“Estamos excluidos de nuestras comunidades”, lamenta esta quebequense no vacunada, de cabello gris y quien no tiene “nada que perder”. Esta mujer, que cree en la “inmunidad natural”, lamenta que su familia le impida ver a su abuela, que no se le autorice a ir al Carnaval de Quebec, ni a entrar en otra tienda que no sea de abarrotes.
Los que no se vacunan son vistos como “animales de zoológico”, lanza la mujer de 49 años, sombrero rojo con pluma en la cabeza. No “cree” en las mascarillas que “impiden respirar y sonreír a la gente”.
No hay casos graves de covid en su entorno, pero anota que mucha gente está deprimida. “Son los medios los que asustan a la gente”, acusa, ella prefiere informarse en redes sociales.
Aquí, esta mujer que no suele manifestarse, sonríe al poder nuevamente bailar, abrazar, compartir pollo frito con los otros manifestantes todas las noches en la calle.
“Estoy orgulloso de ser canadiense”, Matthew Donovan
Nunca había manifestado antes de participar en este movimiento. Para su segundo fin de semana en las calles de Ottawa, Matthew Donovan, 19 años, viajó cinco horas con un amigo. Tras dormir en el coche, ambos vinieron a manifestarse “pacíficamente”, insiste.
Dice pensar en su futuro. Al no querer vacunarse tuvo que abandonar sus estudios de agricultura en la Universidad de Guelph, en Ontario. “No pude ir a clases presenciales este año y realmente quiero acceder a una educación”, dice este hijo de epidemiólogo, que precisa no estar opuesto a la vacunación en general.
“Nunca he estado más orgulloso de ser canadiense”, explica con ojos brillantes, al evocar la propagación del movimiento a otros países.
Con la cabeza cubierta con una chapka, este joven dice estar al tanto de la política pero desconfiar de los medios tradicionales. “Pienso que nuestros derechos nunca han estado tan en peligro como hoy”, afirma.
“Y no me gusta Justin Trudeau”, agrega riéndose, antes de explicar que tiene valores diferentes de los de los liberales en el poder.
Durante las últimas elecciones, votó por el Partido Popular de Canadá (PPC), un partido de extrema derecha minoritaria que no tiene diputados electos.
(milenio.com)