Pese a que en la más reciente Encuesta sobre la Discriminación 2013, las indígenas siguen al fondo del imaginario social, en la capital mexicana se impulsan políticas públicas que les permiten dejar de ser las “pobres víctimas” en necesidad de asistencia y convertirse en sujetas de su historia.
En el Distrito Federal, con casi cuatro millones de mujeres habitando sus 16 delegaciones, se hablan al menos 55 de las 68 lenguas indígenas del país, lo que muestra la variedad de pueblos originarios en la ciudad, según datos oficiales.
Aunque hay una danza de cifras, casi 123 mil personas, de cinco años en adelante, hablan alguna lengua indígena, en orden decreciente náhuatl (28 por ciento), mixteco (11), otomí (10), mazateco (9.6) y zapoteco (8 por ciento).
Del total de recursos para apoyar la agricultura citadina y la comercialización de productos agrícolas de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec), 60 por ciento fueron a dar a manos de mujeres, incluidas indígenas, muchas de ellas de 143 pueblos y 171 barrios originarios del Distrito Federal.
Rosa Pineda Luna, zapoteca, graduada en Ciencias Políticas y a cargo de Fomento, Promoción e Información de la Interculturalidad y la Ruralidad en la Ciudad de México, rechaza la mirada victimizante que las políticas públicas han tenido hacia las indígenas.
“No concuerdo, no me gusta que me traten como víctima “pobrecita” o tonta por ser indígena”, explica la funcionaria que impulsa el Centro de la Interculturalidad de la Ciudad de México.
Las juchitecas “venimos a tomar lo que esta ciudad tiene para ofrecernos y mis paisanas que venden oropeles o tamales afuera de las estaciones vienen acompañando a un hijo o a varios hijos, van y vienen para vender. Son comerciantes.”
La mirada pública cambió desde los años 70, cuando la antropóloga, Lourdes Arizpe, miró quizá por primera vez la situación de las indígenas migrantes y comerciantes en la calle o mendicantes en la capital mexicana en su libro “Indígenas en la ciudad: el caso de las Marías”.
En esos años setenta, El Heraldo reportaba la inauguración de un Centro de Atención a Mujeres Mazahuas y Otomíes y a lo largo de las décadas se dieron otros esfuerzos para dejar de invisibilizar y fortalecer a las mujeres indígenas, pero sin una obligación explícita de las autoridades.
Hasta los años 80 y principios de los 90, los medios feministas contaban la brutalidad de las razias u operativos policiacos que detenían a la población callejera, y jalaban de las trenzas de las mujeres indígenas como práctica cotidiana.
Leyes interculturales para acciones públicas en la megalópolis
El Distrito Federal aprobó en 2011 la ley –y el reglamento– de Interculturalidad, Atención a Migrantes y Movilidad Humana que valida los distintos orígenes de la población y reglamenta el compromiso de las autoridades para combatir prejuicios y asegurar mecanismos que brinden igualdad de oportunidades para que las mujeres y hombres conserven y fortalezcan sus identidades.
Igualmente, este 2015 se presentó en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal un anteproyecto de Iniciativa de Ley de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas Residentes del Distrito Federal, discutida en 200 asambleas comunitarias.
“Yo no soy muy de la postura de que la mujer sufre más o se enfrenta a más cosas, pero enfrenta una carga especial, es la que va a sustentar la familia, cuidar a los hijos, y allí enfrenta un problema extra para ella, es muy difícil una escuela nueva”.
“Si vienen de espacios grandes, ¿qué pasa en estas ciudades tan cosmopolitas? Que los espacios se reducen en los departamentos y los niños que jugaban en el exterior se vuelven niños en interiores frente a una televisión”, agrega la zapoteca que llegó al DF a estudiar filosofía y ciencia política en la UNAM.
“Nosotras las indígenas, de venir de jugar en la calle, de hacer todo en los patios de las casas, cuando llegamos a estudiar, rentar un cuarto, el espacio se reducía completamente. Eso te ahoga, violenta tu identidad. La ciudad nos trató bien a las istmeñas, pero nuestro problema es la nostalgia.”
Guardianas de identidades
Los programas educativos de interculturalidad en predios donde habitan indígenas que ofrece Sederec toma los aportes de las mujeres. “Las mujeres son guardianas de la fuerza identitaria”, explica Rosa Pineda, una de las impulsoras del Centro de la Interculturalidad en la capital mexicana.
Una necesidad es evitar la deserción escolar de niñas y niños. Y “uno de los problemas que enfrentan las mujeres son las tareas, -¿cómo les ayudamos si no sabemos?, nos dicen. E hicimos grupos de tareas con las mamás. Después mencionaron que tenían problemas entre vecinas y se hizo un taller de identidad y acercamiento vecinal”.
Los deseos de estas mujeres pueden estar en línea o no con el programa gubernamental. Sus sueños pueden ser terminar un diplomado o ir a conocer un restaurante chino y poderse arreglar para la ocasión como a ellas les guste.
El Centro de Interculturalidad de la ciudad de México, que tendrá pronto una sede en el Centro Histórico, es el segundo que se inaugura en su tipo. Entre sus objetivos está fortalecer una oferta educativa con pertinencia social y lingüística: educación básica, computación para adultos mayores, costura y bordado pero con actualización de diseños para que se comercialicen mejor los productos. Y clases por correspondencia, porque no se puede asumir que todas las personas llegarán o tienen ya una computadora.
Si las políticas públicas no te pueden devolver el verdor de la montaña o el aroma de la lluvia, por lo menos pueden facilitarles a las mujeres de medio centenar de pueblos lo mejor de la ciudad. Rosa Pineda resume el sentido de las políticas: “No dar el pescado, sino enseñar a pescar.”