Brasilia.- En un comentario vertido en Washington, con motivo de la visita oficial de Dilma Rousseff a la capital estadunidense a fines de junio último, un integrante de la comitiva de la presidenta de Brasil dijo que “la corrupción de Petrobras seguía goteando involucrados”, entre ellos Marcelo Odebrecht.
La frase fue una referencia directa a la detención preventiva, el pasado 19 de junio, de ese alto ejecutivo de la empresa constructora que preside, acusado de autorizar sobornos a exfuncionarios de la compañía petrolera, y parte de las acciones judiciales de la llamada Operación Lava Jato.
Así se denominó a la investigación puesta en marcha en 2014, que incluye las órdenes de detención giradas por el juez federal Sergio Moro para investigar tales ilícitos, que se considera han deteriorado la imagen del país latinoamericano en el exterior.
Fuentes cercanas a la investigación han destacado que, en el caso de Marcelo Odebrecht, las acusaciones en su contra afectan seriamente el papel estratégico de la compañía que encabeza, así como la honorabilidad de la iniciativa privada y el gobierno brasileños.
Discreto, con lentes de armazón delgado, vestido discreta y elegantemente, en sus viajes a otros países como parte de séquito de acompañantes de la mandataria brasileña, Marcelo Odebrecht daba la apariencia de un asesor más en las visitas que Dilma Rousseff hizo a Cuba, Haití y México en meses recientes.
En la isla caribeña, la constructora Odebrecht firmó contratos que incluyen cantidades nunca conocidas en ella desde 1959, con casi mil millones de dólares invertidos en el puerto de Mariel, además de participar en otros posibles negocios a desarrollar.
En esa ocasión, en julio de 2012, Marcelo Odebrecht se limitó a decir que su consorcio –creado por su abuelo Norberto a mediados de la década de 1940- actuaba en paralelo a la política externa brasileña, poniéndose de inmediato fuera del alcance de los periodistas cubanos y de los que habitualmente acompañan a la presidente Rousseff a sus giras internacionales.
La escena, con Raúl Castro como parte del elenco de testigos, sirvió para mostrar la omnipresencia de Odebrecht como la mayor constructora de América Latina, que, desde 2003 y hasta hace unas semanas había formado parte de las grandes alianzas estratégicas de Brasil.
Pionero en el esfuerzo de internacionalización brasileña desde 1979, el conglomerado de la familia Odebrecht aprovechó posteriormente los años de brillo y prestigio en el exterior alcanzado por los dos gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva entre 2003 y 2010, continuado, a pesar de los problemas económicos recientes, por su sucesora, la presidenta Rousseff.
De la mano del presidente Lula en sus relaciones con América Latina y África, la compañía Odebrecht había acumulado superlativos como los mencionados respecto a Cuba que, además del puerto de Mariel, entraron a los negocios azucareros como socios prioritarios y a la remodelación del aeropuerto de La Habana.
En Venezuela, es la mayor constructora extranjera; en Panamá, Odebrecht ganó un codiciado proyecto de ampliación del aeropuerto de Tocumen y, en Angola, entró de lleno al diseño y edificación de la presa de Laúca, considerado el mayor emprendimiento en curso en el África subsahariana.
La mayoría de esos proyectos ha contado con créditos del Banco Nacional de Desarrollo (BNDES), entidad pública encargada de financiar la exportación de bienes y servicios para esas y otras obras, por un valor de ocho billones de dólares entre 2007 y 2014, en tanto que otra empresa investigada –Camargo Correa- tuvo financiamientos para obras en el exterior por cerca de tres billones de dólares en igual periodo.
Analistas financieros de Sao Paulo aseguran que, con Lula fuera de la presidencia, Odebrecht eligió al expresidente como interlocutor de lujo, y por eso no sorprendía, por ejemplo, que en Caracas el entonces presidente Hugo Chávez anunciara que pagaría a esa empresa sus atrasos, exactamente el día en que Luiz Inácio da Silva daría un discurso en un evento de la constructora en la capital venezolana.
Eso no es nada diferente del papel desempeñado por el exprimer ministro de Reino Unido, Anthony Blair, y los exmandatarios William Clinton, de Estados Unidos, y hasta el mexicano Vicente Fox”, dice Anaíse Santos consultora de negocios de Brasolutions Ltd., quien señala que no existe legislación definida sobre los lobbies en Brasil.
En medio de una intensa polarización política que incluye un considerable descenso en el grado de aceptación del gobierno de Dilma Rousseff, críticos y oposicionistas han denunciado que el exmandatario petista “ha ido más allá de lo saludable para hacer trámites institucionales”.
A las anécdotas y coincidencias se suman documentos del ministerio de Relaciones Exteriores sobre los viajes de Lula da Silva al exterior, difundidos insistentemente por la prensa brasileña especializada, con el deseo como trasfondo de apresurar la investigación preliminar sobre si hubo o no tráfico de influencias del exmandatario a favor de Odebrecht.
La detención de Marcelo Odebrecht, además de dañar a Brasil en el mundo, marca un punto de inflexión, dicen los expertos financieros: “Es significativo que Alexandrino Alencar, ejecutivo de la constructora que acompañó a Lula a algunos viajes internacionales, haya sido uno de los detenidos”, informó a sus clientes la consultora paulista Eurasia.
La identificación de Marcelo Odebrecht y su empresa con la política exterior de Brasil –destaca Anaíse Santos-, puede cobrar un precio alto en términos de imagen al país, pues su ingreso a la cárcel, luego de ser viajero frecuente y parte de las comitivas presidenciales, se vincula al mayor escándalo de corrupción que la nación haya conocido, tendiendo así un manto sombrío sobre ella.