Trípoli, Libia.- El Aeropuerto Internacional de Trípoli es la metáfora perfecta de un país: Libia, sumido en el caos después de la caída del régimen de Gadafi. El aeropuerto ha sido el escenario de la batalla más sangrienta desde la revolución del 2011, y los protagonistas del épico choque son precisamente las milicias que habían luchado por una nueva Libia.
Misrata contra Zintan, las dos ciudades con las milicias más fuertes, cada una con sus aliados y cada una con su propio gobierno, están ahora fuertemente enfrentadas.
La batalla en el aeropuerto comenzó el 13 de julio y duró más de un mes, hasta el 23 de agosto. A un lado, los milicianos de Zintan; en el otro, los de Misrata. El botín, un negocio millonario -el tráfico de pasajeros y sobre todo las aduanas- que los de Zintan se habían adueñado en 2012, después de la caída del régimen, armas en mano y sin ningún mandato oficial.
Fue un choque de titanes, porque las milicias que luchaban eran las más fuertes y las mejor armadas de las 250 que surgieron durante la revuelta contra el coronel Muamar el Gadafi. A unas y otras se les reconoce el mérito de haber liberado a Trípoli, en agosto de 2012, con el ataque decisivo a Bab al-Azizia, la residencia del rais.
Y fue entonces cuando la rivalidad entre las ciudades de Zintan y Misrata creció hasta explotar, hace siete meses.
El resultado está a la vista de todos. El edificio central del aeropuerto está completamente colapsado por el peso de las armas, que lo han reducido a un montón de escombros ennegrecidos por el humo, mientras que en las pistas ahora impracticables hay decenas de esqueletos de aviones destruidos.
No hay ni un hangar que siga en pie. Y se circula con dificultad para evitar las minas sin explotar.
“Estamos arreglando la zona y tenemos a varios equipos de trabajo haciendo nuevas pistas practicables. Dadnos un poco de tiempo y todo será como antes”, explican los comandantes militares de Misrata, que hoy son los nuevos dueños.
Su optimismo choca con la desolación que se respira en el recinto del aeropuerto.
Y la impresión es que esta batalla ha sido en parte inútil, porque aunque Misrata haya conseguido arrebatar a Zintan el control del aeropuerto, es poco probable que logre sacar beneficios.
Sin embargo, parece que los de Misrata pueden estar satisfechos: el antiguo aeropuerto militar de Mitiga, en Trípoli, controlado por sus milicias, está de nuevo en auge, y el tráfico del aeropuerto internacional de Misrata, recién reformado, crece día a día.
Para los dirigentes político-militares de Zintan, renunciar al aeropuerto ha significado la pérdida del mayor dividendo obtenido en la lucha contra Gadafi.
Zintan se encuentra en una región muy pobre del país, que fue olvidada sistemáticamente durante los años del pasado régimen, y la posesión y gestión del aeropuerto representaba una fuente considerable de riqueza.
Las partes intentan minimizar la pérdida de vidas humanas en la batalla por el aeropuerto, con cifras que probablemente están lejos de la realidad. Según la mayoría de los grupos de ayuda locales, es posible que los muertos de ambos lados se eleven a los 300.
Durante mucho tiempo, las personas desplazadas fueron sometidas a episodios de identificación y arresto; en algunos casos mataron a algunas pertenecientes a la qabila (en árabe significa tribu) Zintan.
De hecho, Zintan es, al mismo tiempo, ciudad y qabila, y ha experimentado en las últimas décadas una importante emigración hacia la capital libia, donde muchos de sus residentes/miembros se han trasladado en busca de trabajo.
Muchos de los emigrantes de Zintan se vieron obligados a regresar a casa porque su vida está en peligro: en una sociedad donde la pertenencia a la qabila a menudo es más importante que la identidad personal, provenir de ahí es motivo suficiente para ser acusado erróneamente o con razón de haber luchado por Zintan y, por lo tanto, sufrir represalias y detenciones indiscriminadas.
Mientras tanto, los enfrentamientos entre Misrata y Zintan por la toma del poder continúan intermitentemente, con una línea de frente cambiante y no fácilmente identificable.
Entender lo que está pasando en Libia no es fácil, porque los actores son muchos, las alianzas son transversales y los riesgos no son siempre los que se dicen.
Pero es cierto que la confrontación entre las milicias de Zintan y Misrata se superpone al enfrentamiento entre dos formaciones políticas diferentes de las cuales descienden dos parlamentos y dos gobiernos opuestos que se reivindican como legítimos.
La primera formación política se ha juntado bajo la sigla Karama (Dignidad), por el nombre de la operación militar lanzada en mayo de 2014 por un general retirado de Gadafi, Khalifa Haftar, con el objetivo declarado de recuperar el control de la región oriental de la Cirenaica, que hacía meses que estaba en manos de los fundamentalistas islámicos.
Con Haftar se han juntado las milicias Zintan, además del gobierno en el exilio de Tobruk, nacido de las elecciones de junio de 2014 y reconocido por la comunidad internacional pero repudiado por el Tribunal Supremo de Libia.
Detrás de la Operación Dignidad están también Egipto y Arabia Saudita, que proporcionan armas y dinero a Haftar y a sus aliados con el objetivo de excluir del juego político de Libia a los Hermanos Musulmanes, como ya ha sucedido en El Cairo.
La segunda formación está reunida bajo la sigla Fajir Libia (Amanecer de Libia). Tiene en las milicias de Misrata su brazo armado y se reconoce en el gobierno surgido por el Congreso provisional que gobernó el país después de la revolución, oficialmente caído y en el que los Hermanos Musulmanes tenían un papel importante.
De ahí se desprende que el gobierno de Trípoli sería de matriz islamista, mientras que el de Tobruk sería laico: una verdad a medias.
No toma en cuenta las alianzas tribales transversales -que en Libia cuentan más que las posiciones ideológicas- ni mucho menos el choque igualmente feroz y transversal entre los partidarios de la revolución del 17 de febrero de 2011 y los nostálgicos del antiguo régimen.
Un capítulo aparte merece la ciudad de Derna, el bastión libio del Califato Islámico.
Conquistada por los yihadistas libios en abril de 2014, esta ciudad de 80 mil habitantes, situada en el este de la Cirenaica, cerca de la frontera con Egipto, se unió en octubre al Estado Islámico de Abu Bakr al-Baghdadi, que confió el gobierno a un “emir”.
Se trata de Wessam Abd Zeid, más conocido como Abu Nabil al-Anbari, por el nombre de la provincia iraquí de donde procede. Pero la sombra del Estado Islámico se está extendiendo a otras áreas de Libia, incluidas Bengasi y Sirte.
Hoy en día Libia es un país dividido en dos, que irremediablemente se desmorona día tras día. Las imágenes del aeropuerto que hace poco daba la bienvenida a líderes de todo el mundo son el marco perfecto para un estado que ha fracasado incluso antes de nacer.